20.11.10

Su ausencia dolerá por siempre

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Todos lo respetaban, pocos lo desafiaban y sólo los más cercanos se atrevían a hacerle bromas.

Era tan serio y distante que muchos dudaban que tuviera algún afecto sincero, pero con ellas era distinto, para las niñas no cabía un no como respuesta. Nunca cedía al primer capricho, pero bastaba ofrecerle un abrazo como recompensa.

Ella recuerdan que cada viernes la ansiedad las consumía. Llegaban del colegio, comían y se apresuraban con las tareas. Todo debía quedar listo para que mamá les permitiera pasar el fin de semana en casa de la nonna y el nonno.


Con él no había discusión, ella siempre ocupaba el lugar del copiloto. El viaje duraba una hora; una hora llena de desafinados tarareos. El disfrutaba el sonido del acordeón acompañado por el dialecto abruzzese. A ella le molestaba escuchar esa voz tan desafinada. Hoy daría su vida por volver a oírlo.

Con ellos aprendió que existe un amor más grande que el de papá y mamá; aprendió que el cariño no se compra, que el ser humano es del tamaño de la dificultad que tenga que enfrentar y que los recuerdos jamás deben enterrarse. 

Ella tuvo la suerte de acompañarlos a reencontrarse con sus hermanos, 40 años después de que una guerra los obligara a abandonar su país. Conoció la casa donde nacieron y la escuela primaria a la que asistieron. 

Las historias de su nonno eran fascinantes. Se hizo venezolano y allí echó raíces, sintió ese país como suyo, condujo por sus carreteras y construyó algunas aceras del interior.  

La diabetes hizo mella en su organismo durante casi 30 años. Cada 31 de diciembre agradecía por un año más de vida y repetía con insistencia que prefería morir en Italia. 

En 2005 decidió marcharse a Italia por tiempo indefinido. Una decisión tan apresurada no podría representar nada bueno.  Aquel día, en el aeropuerto, ella los abrazó con fuerza.

Tras ocho días en la tierra que lo vio nacer, él enfermó. Fue la navidad más triste. Nadie agradecía por un año más de vida. La vida se desvanecía. 

Ella le prometió que viajaría; juntos visitarían los mismos lugares del primer viaje. Pero el destino se empeñó en que las cosas se desarrollaran de otra manera y ella se negó a verlo dentro de un ataúd.

Han pasado cinco años. Cuesta recordarlo sin que una lágrima brote. Ella aún no encuentra el valor para atravesar el océano, visitar su tumba y darle las gracias.

Su ausencia dolerá por siempre. 

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