El destino, los miedos y los traumas siempre te alcanzan. Siempre.
Hace dos semanas un trauma, disfrazado de miedo superado, no me deja dormir.
Hace dos semanas le huyo y trato de convencerme de que todo está bien.
Hace dos semanas me repito: es cuestión de tiempo, aprenderás a vivir con eso. Otra vez aprenderás.
Y no. No quiero. En el fondo, no quiero.
Durante 10 años traté de adapatarme a una rutina que no era la mía.
Traté, traté y traté. Siempre yo. Siempre sola.
Aprendí a excusar y a fingir que todo estaba bien.
Aprendí a vivir con la culpa. Era mi culpa. Yo lo permitía. Eso me repetía una y otra vez.
Lloré. Cientos de veces me quebré y cientos de veces me volví a armar.
Un día me hice fuerte y me fui.
Nunca una decisión fue tan acertada.
Decidí darme otra oportunidad. Decidí sentir, decidí querer sin medida y me aventuré.
Lo disfruté y aunque me resistí, comencé a hacer planes.
Una frase lo cambió todo.
El miedo se hizo presente y eso a lo que tanto le huyo, me alcanzó de nuevo.
Entendí que tengo un trauma y no quiero lidiar con él.
De nuevo me cuestiono. Una y otra vez.
No sé qué está bien. No sé si es un capricho o una exageración.
Sé que no quiero volver a lidiar con lo que me hizo infeliz.
No quiero volver a estar en la sombra.
No quiero.
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